Caliente Navidad
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jazmin69
aliassara
Ire@
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Caliente Navidad
Este relato forma parte de una antología de Navidad de Mundo Romance. Para quienes no lo leyeron, aquí se los comparto:
Árboles de Navidad cubiertos con copos de nieve… de utilería. Nueces, turrones, frutas glaseadas… todo lo que una chica debe obviar si pretende no salir rodando calle abajo.
Y ella lo odiaba.
Odiaba toda la decoración falsa, las falsas sonrisas, las falsas cenas familiares… ¿Quién que esté en su sano juicio, puede reunirse a comer platos típicos de zonas frías, alrededor de un árbol cubierto de serpentina que simulaba nieve, cuando el termómetro marcaba 38º centígrados?
La selva misionera no era Escandinavia, y por más que su familia noruega quisiera mantener las costumbres de los bisabuelos, Érika no tenía ningún interés en nada de ello.
Había discutido con su madre horas antes. Hacía veinte minutos, con su padre. Tres días llevaba sin dirigirle la palabra a su novio… y pensaba seguir sin hablarle por el resto de su vida.
Su Navidad era una mierda.
El hombre de la radio volvió a dar la temperatura: 38.8º
Salió del taxi en el que viajaba hasta la terminal de autobuses, le pagó al hombre y colgó su mochila al hombro, mientras enfilaba hacia la ventanilla de recepción.
Menos mal que había comprado el pasaje con anticipación. De haber esperado una semana más, no hubiera tenido vacante… ni dinero. Luego de ser despedida de su trabajo por reducción de personal, pagó todas sus deudas y se quedó sin un cobre. Lo único que llevaba encima era un billete de cien pesos, una tarjeta de débito que no tendría más que cincuenta a cuenta… y algunas monedas sueltas.
Por eso se iba de casa. No necesitaba a sus padres recordándole todo el tiempo que había sido una estúpida. Que los sueños de su novio de montar un negocio eran pura palabrería sin fundamento. Que el muy ingrato, no sólo invirtió mal el dinero, sino que no tenía forma de devolvérselo… además de estar tirándose a su prima Ingrid.
A la mierda con todos. Su padre le había dicho muy claramente que no contara con él para nada. Su madre había dicho lo mismo, pero con más diplomacia.
¿Ya dónde iba? A casa de la única persona que la entendería, que le daría un abrazo y le diría que no se haga problema, que todo se solucionaría con el tiempo: su abuela Gertrud, que vivía en Buenos Aires.
Dos horas más tarde, un poco más relajada, Érika se acomodó en el asiento del autobús y se quedó dormida. Había tenido una semana terrible, estaba agotada. No había dormido en cinco días. Sus ojeras eran gruesas marcas oscuras bajo sus ojos. Llegaría a casa de su abuela justo para la cena de Noche Buena. Lo bueno de cenar con ella, era que seguramente prepararía algún plato de los preferidos de Érika. Tal vez un escabeche de pollo o pescado con cebollas, ensalada rusa, quizás también matambre y helado, mucho helado y ensalada de frutas con vino blanco.
Soñando con la cena que su abuela haría, Érica durmió profundamente casi todo el viaje.
Tal vez por eso no sintió el chirrido de las ruedas en el asfalto, el golpe que el camión dio contra el autobús… La fuerte sacudida, los vidrios rotos…
Le dolía la cabeza.
Quiso abrir los ojos, pero la luz era demasiado fuerte. Lo intentó nuevamente, uno a uno.
Blanco.
¿Una bata blanca?
Un suave aroma embriagador llenó sus fosas nasales. Madera de sándalo, especias. Matizado con un dejo… muy masculino.
Unos grandes ojos negros como carbón estaban fijos en ella. Todo a su alrededor estaba desdibujado.
—No trates de moverte, ya casi termino.
—¿Estoy muerta?
Él se rió. Sonaba divertido.
—No, no estás muerta. Aunque es un milagro que no lo estés.
—¿Por qué?
—¿No recuerdas nada?
Érika hizo memoria. No, nada que recordar. Negó con la cabeza, pero el movimiento era doloroso.
—¿No recuerdas el choque?
—¿Choque?
—Sí, un camión perdió el control en una curva y golpeó al autobús en el que ibas… justo del lado de donde tú ibas sentada.
Volvió a negar, esta vez moviendo menos su dolorida cabeza.
—Me dormí en cuanto me senté. No recuerdo nada.
—Bueno, pues ha sido un milagro que salieras casi ilesa. Lo único que tienes es un fuerte golpe en la cabeza, todos los demás pasajeros tienen cortes, quebraduras… no hubo víctimas fatales… pero por la trayectoria del camión, bien podrías haber sido la única en serlo. Eres un milagro, muchachita.
—¿Muchachita? ¿Cuántos años crees que tengo? ¿Ocho?
Él pareció pensarlo.
—¿Dieciocho?
Ella casi se ríe,
—Te faltaron diez. Tengo veintiocho.
—¡Vaya! Y yo que creí que eras menor de edad.
Érica lo vio ponerse colorado hasta la raíz del cabello. Un cabello negro y bastante largo y ondulado.
—Lejos de eso, tal vez no luzco como una mujer cercana a los treinta, pero es sólo gracias al beneplácito de los genes.
Él se puso más rojo aún, si eso era posible.
Entonces Érika miró hacia donde yacía acostada. Una blanca sábana cubría su cuerpo. Su muy húmedo, fresco y desnudo cuerpo.
—¿Estoy desnuda?
—S-sí. La enfermera te quitó la ropa. Estaba mojada y llena de trozos de cristal roto. Si el choque no te hizo daño, los bomberos casi lo hacen. Cuando se comenzó a incendiar el motor del camión, casi te ahogan con el chorro de las mangueras. Estabas atrapada y no había forma de sacarte hasta apagar el fuego.
—¡Vaya! Entonces sí que fue grave, ¿no?
—Y que lo digas. No podía creer que estuvieras ilesa cuando te saqué de allí.
—¿Tú me sacaste de allí?
—Bueno… sí, en realidad sí. Fuimos los primeros en llegar a la escena. Tuve que esperar a que llegaran los bomberos… pero sabía que estabas viva.
Se dio la vuelta y se fue. Érika pudo verlo bien en ese momento. Al menos uno setenta y cinco, bastante robusto pero grácil. El doctor… ¿no le dijo su nombre? No, no se lo dijo.
Bueno, ya volvería.
Eran las ocho de la noche cuando volvió a despertarse. Se sentía mejor, no le dolía la cabeza, se sentía bastante despejada… y tenía un hambre atroz.
Pero estaba desnuda, cubierta con una sábana en una habitación fresca de hospital. ¿Dónde estaría? Seguramente en algún punto del camino entre Misiones y Buenos Aires… lo que significaba más de mil kilómetros, un cuarto de país, casi.
¡Podía estar en cualquier lado! Pero aún, ¿cómo iba a llegar a casa de su abuela?
Y… ¿ya era Noche Buena?
Se enderezó y salió de la cama arrastrando la sábana. La enrolló sobre sus pequeños pechos y se asomó al pasillo.
Nada.
Ni un alma.
Caminó unos cuantos pasos, cuando de pronto, una puerta se abrió a un costado y el doctor X se la quedó mirando.
Y se puso colorado como un tomate.
—Hola.
—Hola. Hmm, tengo hambre. —dijo Érika con una sonrisa.
—Oh, claro… me imagino. Bien…
Él parecía nervioso, acalorado. Pero el lugar estaba fresco. ¿Lo pondría nervioso ella?
No podía ser. No era una belleza. Aunque era rubia como su abuela, y tenía los ojos de sus antepasados vikingos, no había heredado ni una pizca de la estatura ni abundancia de sus ancestros. La verdad era que era flaca como un palillo, menuda, bajita, sin tetas ni culo. Se parecía más a su sobrina de doce años que a su hermana de treinta y cinco, que medía uno ochenta y tenía unas tetas como para amamantar a un orfanato entero.
—¿Estás nervioso? —le disparó.
—¿Q-qué?
—Que si estás nervioso.
—N-no, s-sí, b-bueno yo…No. ¿Por qué?
Ella se rió.
—Por nada. ¿Dónde consigo comida?
—Oh, sí. Bien, estaba esperando a que despertaras. Una de las enfermeras te trajo ropa. Tu mochila fue recuperada, pero todo está empapado. Ven conmigo.
El doctor Diego, así se llamaba, le llevó un atado de ropa más o menos de su talla. Un jean y una camiseta blanca y un par de zapatillas de tela. Le quedaba al dedillo todo. Al menos se sintió reconfortada con eso.
Luego la condujo al comedor del hospital, donde todo el personal de guardia estaba reunido para la cena de Noche Buena.
Cuando entró, todos se giraron hacia ella y comenzaron los aplausos. Érika no entendía nada, así que Diego le informó.
—Te dan la bienvenida por ser nuestro milagro de Navidad, Érika. Pusiste una sonrisa en las caras de todos ellos cuando te trajimos sana y salva. Nadie creyó que estarías viva, pequeña. El destino te debe reservar para algo importante.
Ella se quedó muda. Aceptó los besos y abrazos de todos, médicos y enfermeras, hasta los guardias de seguridad vinieron a saludar a “la chica del milagro”.
Así que cenaron y rieron, hablaron durante toda la comida mientras Diego no se separaba de su lado.
En un momento, llegó un paciente a urgencias y Diego se fue. La enfermera que le había traído la ropa se acercó a ella.
—Es bueno verlo sonreír de nuevo—comentó.
—¿A quién?
—Al doctor Diego, por supuesto. Hace un año hubo un accidente igual. Esa curva en la ruta es peligrosa, y en vísperas de fiestas, peor aún. Como siempre llegamos primeros. Una adolescente estaba atrapada dentro de un auto. Diego sostuvo su mano hasta que los bomberos llegaron… pero fue demasiado tarde. La chica murió en sus brazos luego de que Diego le juró que no la dejaría morir… fue tremendo para él. No volvió a sonreír hasta esta hoy, cuando te sacó en brazos del autobús.
Érika estaba pasmada. ¿Podría significar tanto para alguien que estuviera viva? Un destello de calor surgió en su pecho, agradecimiento, comprensión, simpatía. Tuvo ganas de abrazar a Diego.
Y él era digno de un abrazo, no sólo por rescatarla. Lo había podido ver bien durante la cena. Estaba para comérselo.
Tendría unos treinta y pico y olía a paraíso.
Miró el reloj que colgaba de una de las paredes. Eran las doce menos diez y Diego no regresaba. Se iba a perder el brindis.
Érika salió al pasillo y buscó la sala de urgencias. Allí estaba Diego, reprendiendo a un padre y su hijo por ser negligentes con la pirotecnia.
—Y agradezcan que las heridas no fueron peores. Su hijo pudo haber quedado ciego con la explosión. Ojala los dedos quemados les enseñen a ambos a ser más cuidadosos.
Sonaba bastante enojado. Ella lo observaba desde detrás de la puerta entreabierta que daba al pasillo. Diego los despidió y salieron por la otra puerta que daba a la sala de espera.
Lo vio quedarse sentado en una silla y descansar el rostro entre sus manos en señal de agotamiento.
Érika se acercó despacio. Extendió su mano y acarició su cabello. Diego levantó la cabeza lentamente y la miró. Sus negros ojos brillaban con… ¿deseo?
Tuvo el loco impulso de abrazarlo, deslizó la mano hacia su espalda y frotó suavemente. Con la otra mano enmarcó su rostro y bajó los labios a su boca.
Y lo besó.
Suavemente al principio, hasta que él le devolvió el beso y todo se desdibujó a su alrededor. Diego se puso de pie y la encerró en un abrazo necesitado, hambriento. El beso se hizo intenso, devorador. Le quitaba la respiración y la hacía dar vueltas.
Jamás se había sentido así por un beso. Jamás un hombre la había hecho perder la noción del tiempo.
Jadeantes, separaron sus bocas y se miraron.
—¿Qué fue eso? —dijo Diego sorprendido.
Ella sonrió.
—Creo que química.
—Vaya. Nunca en mi vida sentí eso.
—Yo tampoco.
—Supongo que es algo que habrá que explorar…
—Supongo que sí.
—¿Qué harás cuando vuelvas a tu casa, Érika?
—No creo que vuelva a Misiones. Me voy a quedar con mi abuela en Buenos Aires.
—Érika, estamos en Buenos Aires.
—¿En serio?
—Sí. ¿Dónde vive tu abuela?
—En Tigre.
—Estamos cerca de Tigre, yo vivo allí. Te puedo llevar mañana en el auto, cuando termine mi turno de guardia.
—¿En serio? ¿Tienes familia?
—Sí, vivo con mi abuelo en una de las islas. ¿Por qué?
—Porque mi abuela cocina de maravillas. Tal vez a ti y a tu abuelo les gustaría pasarse por su casa… a brindar y comer algo.
—Me encantaría. Estamos solos en Navidad.
—Nosotras también.
—Bien… pero ahora necesito sacarme una duda.
—¿Cuál?
—Sobre eso de la química—dijo y bajó su rostro hacia ella y volvió a besarla.
Los fuegos artificiales marcaron las doce en punto. No sólo los pirotécnicos, sino los que estallaron entre ellos dos cuando el beso se hizo más profundo.
—Era verdad.
—¿Qué cosa?
—Lo de la química. Pero creo que esto tiene mucho de pólvora.
Ella sonrió y volvió a besarlo.
—No lo sé, Diego. Yo creo que más bien tiene que ver con los milagros de Navidad.
Y volvió a besarlo, con todas las ansias que una promesa futura puede ofrecer.
El termómetro marcaba 39º
Iba a ser la Navidad más caliente de su vida.
Árboles de Navidad cubiertos con copos de nieve… de utilería. Nueces, turrones, frutas glaseadas… todo lo que una chica debe obviar si pretende no salir rodando calle abajo.
Y ella lo odiaba.
Odiaba toda la decoración falsa, las falsas sonrisas, las falsas cenas familiares… ¿Quién que esté en su sano juicio, puede reunirse a comer platos típicos de zonas frías, alrededor de un árbol cubierto de serpentina que simulaba nieve, cuando el termómetro marcaba 38º centígrados?
La selva misionera no era Escandinavia, y por más que su familia noruega quisiera mantener las costumbres de los bisabuelos, Érika no tenía ningún interés en nada de ello.
Había discutido con su madre horas antes. Hacía veinte minutos, con su padre. Tres días llevaba sin dirigirle la palabra a su novio… y pensaba seguir sin hablarle por el resto de su vida.
Su Navidad era una mierda.
El hombre de la radio volvió a dar la temperatura: 38.8º
Salió del taxi en el que viajaba hasta la terminal de autobuses, le pagó al hombre y colgó su mochila al hombro, mientras enfilaba hacia la ventanilla de recepción.
Menos mal que había comprado el pasaje con anticipación. De haber esperado una semana más, no hubiera tenido vacante… ni dinero. Luego de ser despedida de su trabajo por reducción de personal, pagó todas sus deudas y se quedó sin un cobre. Lo único que llevaba encima era un billete de cien pesos, una tarjeta de débito que no tendría más que cincuenta a cuenta… y algunas monedas sueltas.
Por eso se iba de casa. No necesitaba a sus padres recordándole todo el tiempo que había sido una estúpida. Que los sueños de su novio de montar un negocio eran pura palabrería sin fundamento. Que el muy ingrato, no sólo invirtió mal el dinero, sino que no tenía forma de devolvérselo… además de estar tirándose a su prima Ingrid.
A la mierda con todos. Su padre le había dicho muy claramente que no contara con él para nada. Su madre había dicho lo mismo, pero con más diplomacia.
¿Ya dónde iba? A casa de la única persona que la entendería, que le daría un abrazo y le diría que no se haga problema, que todo se solucionaría con el tiempo: su abuela Gertrud, que vivía en Buenos Aires.
Dos horas más tarde, un poco más relajada, Érika se acomodó en el asiento del autobús y se quedó dormida. Había tenido una semana terrible, estaba agotada. No había dormido en cinco días. Sus ojeras eran gruesas marcas oscuras bajo sus ojos. Llegaría a casa de su abuela justo para la cena de Noche Buena. Lo bueno de cenar con ella, era que seguramente prepararía algún plato de los preferidos de Érika. Tal vez un escabeche de pollo o pescado con cebollas, ensalada rusa, quizás también matambre y helado, mucho helado y ensalada de frutas con vino blanco.
Soñando con la cena que su abuela haría, Érica durmió profundamente casi todo el viaje.
Tal vez por eso no sintió el chirrido de las ruedas en el asfalto, el golpe que el camión dio contra el autobús… La fuerte sacudida, los vidrios rotos…
Le dolía la cabeza.
Quiso abrir los ojos, pero la luz era demasiado fuerte. Lo intentó nuevamente, uno a uno.
Blanco.
¿Una bata blanca?
Un suave aroma embriagador llenó sus fosas nasales. Madera de sándalo, especias. Matizado con un dejo… muy masculino.
Unos grandes ojos negros como carbón estaban fijos en ella. Todo a su alrededor estaba desdibujado.
—No trates de moverte, ya casi termino.
—¿Estoy muerta?
Él se rió. Sonaba divertido.
—No, no estás muerta. Aunque es un milagro que no lo estés.
—¿Por qué?
—¿No recuerdas nada?
Érika hizo memoria. No, nada que recordar. Negó con la cabeza, pero el movimiento era doloroso.
—¿No recuerdas el choque?
—¿Choque?
—Sí, un camión perdió el control en una curva y golpeó al autobús en el que ibas… justo del lado de donde tú ibas sentada.
Volvió a negar, esta vez moviendo menos su dolorida cabeza.
—Me dormí en cuanto me senté. No recuerdo nada.
—Bueno, pues ha sido un milagro que salieras casi ilesa. Lo único que tienes es un fuerte golpe en la cabeza, todos los demás pasajeros tienen cortes, quebraduras… no hubo víctimas fatales… pero por la trayectoria del camión, bien podrías haber sido la única en serlo. Eres un milagro, muchachita.
—¿Muchachita? ¿Cuántos años crees que tengo? ¿Ocho?
Él pareció pensarlo.
—¿Dieciocho?
Ella casi se ríe,
—Te faltaron diez. Tengo veintiocho.
—¡Vaya! Y yo que creí que eras menor de edad.
Érica lo vio ponerse colorado hasta la raíz del cabello. Un cabello negro y bastante largo y ondulado.
—Lejos de eso, tal vez no luzco como una mujer cercana a los treinta, pero es sólo gracias al beneplácito de los genes.
Él se puso más rojo aún, si eso era posible.
Entonces Érika miró hacia donde yacía acostada. Una blanca sábana cubría su cuerpo. Su muy húmedo, fresco y desnudo cuerpo.
—¿Estoy desnuda?
—S-sí. La enfermera te quitó la ropa. Estaba mojada y llena de trozos de cristal roto. Si el choque no te hizo daño, los bomberos casi lo hacen. Cuando se comenzó a incendiar el motor del camión, casi te ahogan con el chorro de las mangueras. Estabas atrapada y no había forma de sacarte hasta apagar el fuego.
—¡Vaya! Entonces sí que fue grave, ¿no?
—Y que lo digas. No podía creer que estuvieras ilesa cuando te saqué de allí.
—¿Tú me sacaste de allí?
—Bueno… sí, en realidad sí. Fuimos los primeros en llegar a la escena. Tuve que esperar a que llegaran los bomberos… pero sabía que estabas viva.
Se dio la vuelta y se fue. Érika pudo verlo bien en ese momento. Al menos uno setenta y cinco, bastante robusto pero grácil. El doctor… ¿no le dijo su nombre? No, no se lo dijo.
Bueno, ya volvería.
Eran las ocho de la noche cuando volvió a despertarse. Se sentía mejor, no le dolía la cabeza, se sentía bastante despejada… y tenía un hambre atroz.
Pero estaba desnuda, cubierta con una sábana en una habitación fresca de hospital. ¿Dónde estaría? Seguramente en algún punto del camino entre Misiones y Buenos Aires… lo que significaba más de mil kilómetros, un cuarto de país, casi.
¡Podía estar en cualquier lado! Pero aún, ¿cómo iba a llegar a casa de su abuela?
Y… ¿ya era Noche Buena?
Se enderezó y salió de la cama arrastrando la sábana. La enrolló sobre sus pequeños pechos y se asomó al pasillo.
Nada.
Ni un alma.
Caminó unos cuantos pasos, cuando de pronto, una puerta se abrió a un costado y el doctor X se la quedó mirando.
Y se puso colorado como un tomate.
—Hola.
—Hola. Hmm, tengo hambre. —dijo Érika con una sonrisa.
—Oh, claro… me imagino. Bien…
Él parecía nervioso, acalorado. Pero el lugar estaba fresco. ¿Lo pondría nervioso ella?
No podía ser. No era una belleza. Aunque era rubia como su abuela, y tenía los ojos de sus antepasados vikingos, no había heredado ni una pizca de la estatura ni abundancia de sus ancestros. La verdad era que era flaca como un palillo, menuda, bajita, sin tetas ni culo. Se parecía más a su sobrina de doce años que a su hermana de treinta y cinco, que medía uno ochenta y tenía unas tetas como para amamantar a un orfanato entero.
—¿Estás nervioso? —le disparó.
—¿Q-qué?
—Que si estás nervioso.
—N-no, s-sí, b-bueno yo…No. ¿Por qué?
Ella se rió.
—Por nada. ¿Dónde consigo comida?
—Oh, sí. Bien, estaba esperando a que despertaras. Una de las enfermeras te trajo ropa. Tu mochila fue recuperada, pero todo está empapado. Ven conmigo.
El doctor Diego, así se llamaba, le llevó un atado de ropa más o menos de su talla. Un jean y una camiseta blanca y un par de zapatillas de tela. Le quedaba al dedillo todo. Al menos se sintió reconfortada con eso.
Luego la condujo al comedor del hospital, donde todo el personal de guardia estaba reunido para la cena de Noche Buena.
Cuando entró, todos se giraron hacia ella y comenzaron los aplausos. Érika no entendía nada, así que Diego le informó.
—Te dan la bienvenida por ser nuestro milagro de Navidad, Érika. Pusiste una sonrisa en las caras de todos ellos cuando te trajimos sana y salva. Nadie creyó que estarías viva, pequeña. El destino te debe reservar para algo importante.
Ella se quedó muda. Aceptó los besos y abrazos de todos, médicos y enfermeras, hasta los guardias de seguridad vinieron a saludar a “la chica del milagro”.
Así que cenaron y rieron, hablaron durante toda la comida mientras Diego no se separaba de su lado.
En un momento, llegó un paciente a urgencias y Diego se fue. La enfermera que le había traído la ropa se acercó a ella.
—Es bueno verlo sonreír de nuevo—comentó.
—¿A quién?
—Al doctor Diego, por supuesto. Hace un año hubo un accidente igual. Esa curva en la ruta es peligrosa, y en vísperas de fiestas, peor aún. Como siempre llegamos primeros. Una adolescente estaba atrapada dentro de un auto. Diego sostuvo su mano hasta que los bomberos llegaron… pero fue demasiado tarde. La chica murió en sus brazos luego de que Diego le juró que no la dejaría morir… fue tremendo para él. No volvió a sonreír hasta esta hoy, cuando te sacó en brazos del autobús.
Érika estaba pasmada. ¿Podría significar tanto para alguien que estuviera viva? Un destello de calor surgió en su pecho, agradecimiento, comprensión, simpatía. Tuvo ganas de abrazar a Diego.
Y él era digno de un abrazo, no sólo por rescatarla. Lo había podido ver bien durante la cena. Estaba para comérselo.
Tendría unos treinta y pico y olía a paraíso.
Miró el reloj que colgaba de una de las paredes. Eran las doce menos diez y Diego no regresaba. Se iba a perder el brindis.
Érika salió al pasillo y buscó la sala de urgencias. Allí estaba Diego, reprendiendo a un padre y su hijo por ser negligentes con la pirotecnia.
—Y agradezcan que las heridas no fueron peores. Su hijo pudo haber quedado ciego con la explosión. Ojala los dedos quemados les enseñen a ambos a ser más cuidadosos.
Sonaba bastante enojado. Ella lo observaba desde detrás de la puerta entreabierta que daba al pasillo. Diego los despidió y salieron por la otra puerta que daba a la sala de espera.
Lo vio quedarse sentado en una silla y descansar el rostro entre sus manos en señal de agotamiento.
Érika se acercó despacio. Extendió su mano y acarició su cabello. Diego levantó la cabeza lentamente y la miró. Sus negros ojos brillaban con… ¿deseo?
Tuvo el loco impulso de abrazarlo, deslizó la mano hacia su espalda y frotó suavemente. Con la otra mano enmarcó su rostro y bajó los labios a su boca.
Y lo besó.
Suavemente al principio, hasta que él le devolvió el beso y todo se desdibujó a su alrededor. Diego se puso de pie y la encerró en un abrazo necesitado, hambriento. El beso se hizo intenso, devorador. Le quitaba la respiración y la hacía dar vueltas.
Jamás se había sentido así por un beso. Jamás un hombre la había hecho perder la noción del tiempo.
Jadeantes, separaron sus bocas y se miraron.
—¿Qué fue eso? —dijo Diego sorprendido.
Ella sonrió.
—Creo que química.
—Vaya. Nunca en mi vida sentí eso.
—Yo tampoco.
—Supongo que es algo que habrá que explorar…
—Supongo que sí.
—¿Qué harás cuando vuelvas a tu casa, Érika?
—No creo que vuelva a Misiones. Me voy a quedar con mi abuela en Buenos Aires.
—Érika, estamos en Buenos Aires.
—¿En serio?
—Sí. ¿Dónde vive tu abuela?
—En Tigre.
—Estamos cerca de Tigre, yo vivo allí. Te puedo llevar mañana en el auto, cuando termine mi turno de guardia.
—¿En serio? ¿Tienes familia?
—Sí, vivo con mi abuelo en una de las islas. ¿Por qué?
—Porque mi abuela cocina de maravillas. Tal vez a ti y a tu abuelo les gustaría pasarse por su casa… a brindar y comer algo.
—Me encantaría. Estamos solos en Navidad.
—Nosotras también.
—Bien… pero ahora necesito sacarme una duda.
—¿Cuál?
—Sobre eso de la química—dijo y bajó su rostro hacia ella y volvió a besarla.
Los fuegos artificiales marcaron las doce en punto. No sólo los pirotécnicos, sino los que estallaron entre ellos dos cuando el beso se hizo más profundo.
—Era verdad.
—¿Qué cosa?
—Lo de la química. Pero creo que esto tiene mucho de pólvora.
Ella sonrió y volvió a besarlo.
—No lo sé, Diego. Yo creo que más bien tiene que ver con los milagros de Navidad.
Y volvió a besarlo, con todas las ansias que una promesa futura puede ofrecer.
El termómetro marcaba 39º
Iba a ser la Navidad más caliente de su vida.
Dedicada al doctor Diego X, por ser tan comprensivo y dar tanto por sus pacientes. Gracias de todo corazón.
Ire.
Ire@- Administradora
- Mensajes : 307
Fecha de inscripción : 06/07/2012
Edad : 48
Localización : Baires
Re: Caliente Navidad
¿Porque no creemos en los milagros?, puede que en verdad existan...
aliassara- Mensajes : 181
Fecha de inscripción : 16/07/2012
Edad : 44
Localización : delante del pc
Caliente Navidad
Una buena manera de empezar las fiestas , ¿quien dijo que los milagros no existen ? yo digo que si . Todavia ha gente que hace cosas desinteresadamente .Besos .
jazmin69- Mensajes : 533
Fecha de inscripción : 18/07/2012
Localización : España
Re: Caliente Navidad
Qué bonito
MartaT- Mensajes : 662
Fecha de inscripción : 06/07/2012
Edad : 59
Localización : ESPAÑA
Re: Caliente Navidad
Muy bonito y dulce
teresa.7- Mensajes : 424
Fecha de inscripción : 16/07/2012
Edad : 57
Localización : Canarias España
Re: Caliente Navidad
Claro que existen los milagros, sino el mundo seria un lugar imposible de habitar, desgraciadamente no suceden tan a menudo, pero a veces es cuestion de ir con la aptitud positiva , sabiendo que pueden suceder, creyendo en ellos, entonces la vida nos sorprende. ¿No es un pequeño milagro este foro ? . Muy bonita la historia, muy tierna.
Nimue- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 17/07/2012
Edad : 59
Localización : España
Caliente Navidad
Precioso, maravilloso.
Besos
Besos
Mª LUISA- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 03/10/2012
Edad : 63
Localización : Madrid
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