Fantasías compartidas

Mi parte:


Me tiemblan las manos. Un escalofrío recorre mi columna… el miedo me acecha, pero sé que no puedo dejar que esto me supere.
Guardo las fotos y la nota en mi bolso, voy a mi cuarto y me visto, me pongo el abrigo y agarro las llaves del auto. Es un largo viaje el que me espera, pero sé que tengo que hacerlo.
Todo ha salido mal… Él estará enojado conmigo y me culpará por haberme dejado engañar. Sé que Él lo hará.
Carlos estaría en su mundo, soñando como el idiota que es, en las falsas promesas de Matías. El plan venía bien hasta que la vena Dom se rebeló en él. Yo lo sospeché en cuanto lo conocí, pero las informaciones que El Jefe tenían, hablaban de otra cosa… algo que el viejo espía que lo observaba, había visto con sus propios ojos.
Mi intuición no me había fallado, era tal cual yo sospeché desde la primera conversación. Lo había dejado hacer, observando su conducta, sus cambios… Oh, si. Era un hombre muy inteligente, y eso era, precisamente, lo que me excitaba de él.
Jamás podría sentir ningún tipo de atracción por alguien que no tuviera una mente despierta. Cosa que el imbécil de Carlos, carecía totalmente.
Cuando El Jefe quiso sumar a Carlos al plan, yo me había negado rotundamente. “Déjalo ser un participante pasivo, Carlos no tiene la altura mental de Matías”, le había dicho yo a El Jefe cuando me reclutó para este trabajo. Menos mal que me había hecho caso, o las cosas hubieran resultado peores.

Luego de casi dos horas de viaje, por fin llego a la residencia privada de El Jefe. Las noticias no le iban a gustar, de eso estaba segura.
Estaciono el coche frente a la casa, el mayordomo sale a recibirme. Su cara, generalmente impávida, hoy está gris.
—Adelante Señora—me dice con amabilidad, pero puedo ver en su tono de voz, el profundo malestar del hombre.
Me conduce hasta las puertas de la oficina de Él. Antes de entrar, me quito los zapatos y los dejo junto a la puerta.
Doy un suave golpe que es respondido desde dentro con un “pase” de esa voz que me eriza la piel cada vez que la escucho. Temblando, abro la puerta.
Él está allí… su presencia, tan imponente como siempre, ocupa toda la ventana, frente a la que esta parado, mirando hacia fuera, a su bien cuidado jardín.
Inmediatamente me arrodillo detrás de Él, a tres pasos de distancia. Adopto la posición sumisa que sé que Él exige, y espero con las palmas hacia arriba, apoyadas sobre mis muslos, y la cabeza gacha.
Siento que mi Amo se gira lentamente… me observa. Espero incontables minutos a que Él me hable, me reproche… me castigue.
Entonces, se agacha ante mí y…


******

A la mañana siguiente, y luego de haber dormido con mucha satisfacción, Matías se levantó con ánimo triunfante. Se dio una ducha, se vistió y le dio un breve beso a su esposa, antes de salir a su trabajo.
Durante toda la mañana no se pudo quitar las imágenes de la noche anterior de la cabeza. Las piernas de Irene cabalgando sus muslos, sus cuerpos entrelazado, eran imágenes que se arremolinaban en su cabeza y no podía despejar. Pero un sentimiento de rebeldía se había instaurado en su sistema, que quería explotarlo al máximo. Necesitaba dominar a esa mujer, no sabía por qué, pero lo necesitaba desesperadamente.
Se veía a si mismo sometiéndola a sus caprichos, reduciéndola para su placer. Y ella gozaría, oh si, la haría gozar hasta que quedase sin voz de tanto gritar. Esa mujer iba a pagar su audacia, su desafiante actitud quedaría reducida a súplicas.
A las ocho de la noche se fue a su casa. Cuando apagó el motor del auto, notó que las luces no estaban encendidas y se alarmó. Su esposa debería estar en casa… ¿Dónde podría haber ido?
Entró en la casa encendiendo todo a su paso, la televisión, las lámparas de mesa… una sensación de alarma lo sobrecogía.
Ella no estaba en la sala, así que fue a la cocina y allí lo vio.
Sobre la mesa, desplegadas en forma de abanico, una serie de fotografías de la noche anterior, exponían cada detalle del encuentro con Irene. Una nota dejada al descuido sobre ellas llamó su atención.
“Señora M, esto es lo que su esposo estuvo haciendo anoche. Si quiere más información, la espero hoy a las 17:00 horas en la plaza del centro. La espero. ROX”

La ira invadió a Matías y le hizo arrugar el papel fuertemente entre sus dedos. Roxana. No podía creer la audacia de esa mujer. Sabía que ella jamás le perdonaría haberla abandonado, pero nunca imaginó que sería capaz de hacer algo como eso. Recorrió la casa en busca de su esposa, pero sólo encontró sus cajones vacíos y la ausencia de las maletas. Su mujer, aquella a la que había intentado proteger de sus secretos, se había ido.
En un arranque de furia, buscó de nuevo las llaves del coche y salió a la calle. Al llegar, una nota sostenida con el limpiaparabrisas captó su atención al instante. Agarró el papel de un tirón y leyó.

“No confíes en lo que te digan. En este tablero de ajedrez no hay cuadros blancos y negros, sino que existen zonas grises donde se ocultan las maquinaciones más perversas que intentan arruinar un proyecto en el que, tanto tú como yo, podríamos salir beneficiados. Piénsalo Matías. Analiza, no te dejes llevar por falsas apariencias. Si quieres saber la verdad, llámame por teléfono, ya tienes mi número. Irene.”

Por un momento, Matías dudó sin saber qué hacer. Miró a ambos lados de la calle buscándola, pero no la vio. Si había sido ella quien dejó la nota, no podría estar muy lejos. Pero sólo había oscuridad rodeándolo.
Abrió el coche y se sentó. No encendió el motor, se quedó allí, pensando. La nota hablaba de un proyecto… pero el proyecto de Carlos era una estupidez que no valía la pena. Entonces recordó el primer encuentro con Irene y todas las ideas que giraban en su mente tomaron forma. El proyecto personal de ella, el que le había comentado la primera vez que hablaron de negocios… Entonces, toda la rabia del mundo se apoderó de él. El proyecto era genial y prometedor. Él no se había interesado en un primer momento, pero para cuando lo hizo, Irene ya estaba haciendo planes con…
¡Hija de puta! Debió haberlo imaginado. Ella estaba detrás de todo este asunto, no le cabía la menor duda. Bien, Ella quería jugar, entonces él también jugaría.
Pero había algo muy extraño en todo… algo que no cerraba. Necesitaba hablar con Irene lo antes posible, y eso era en ese preciso momento.
Sacó su celular, buscó su número y marcó.

Su voz sonó ahogada del otro lado de la línea cuando respondió con un lacónico “Hola”.
—¿Qué mierda está pasando, Irene? Roxana ha dejado fotos de anoche en casa y mi esposa las ha visto… ahora ella se fue, me abandonó.
—Lo sé, lo mismo han intentado hacer conmigo y con Carlos. Matías, nada es lo que parece… necesitamos hablar. Urgente.
—Bien. ¿Dónde estás?
Ella le dio las indicaciones y luego se puso en marcha. Aclararían las cosas de una maldita vez y recuperaría a su esposa. Pero primero se iba a follar a la rubia de todas las maneras en que había soñado durante el día. Eso era seguro. Así y sólo así sabría si realmente podía confiar en ella.